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2009-06-05

· Su recuerdo; mi recuerdo

Aún recuerdo aquel día, lo preservo con especial sentimiento. Era tan común como cualquier otro. Desperté, hice lo que hago cotidianamente antes de asistir a la escuela. Tomé el camión y llegué a mi destino, donde todo fue casual. De regreso en casa, cada actividad era como las de otro día. El día fue usual. El que lo recuerde especialmente se debe a que durante ese día también mantenía aquel recuerdo, quizá con más claridad que hoy. Ese pedazo de memoria que yace junto a millones es lo que emotiva el recuerdo.
Había dejado mi casa camino a la escuela. No recuerdo siquiera qué día era, es más, no sé ni qué mes. Pero había sobre-ruedas, de eso estoy seguro. Lo sé porque cuando camino por los puestos deslizo la mirada sobre los productos, algunas ocasiones (muy raras) encuentro algo que llama mi atención. Y también sé que no era lunes o miércoles, porque esos días entro tarde a clases, y me voy cuando el sol ya ilumina las calles con cierta claridad; aquel día no era muy luminoso.
Recuerdo también de forma especial el recorrido después de haber pasado el sobre-ruedas. Después de ese comercio ambulante debo cruzar un terreno pequeño y despejado, y después caminar tras unas privadas, por un suelo rocoso, de rocas bajo una reja de metal. Durante ese tramo hay también una canal, si así se le puede llamar, porque no tiene agua, sólo plantas y algunos desechos. En este pequeño camino estaban dos señoras y un señor, con una especie de carritos comerciales –diablitos le llama mi vecina–, en los que llevaban grandes bolsas, seguro iban a vender. Trataban de cruzar, pero la superficie estrecha y rocosa se las ponía difícil. Pasé por un lado, rápido, sin mirarlos, si lo hacía me habría sentido obligado a ayudarles. Seguí caminando, cuatro o seis pasos cuando me regresé. El señor y yo cargamos los carritos hasta pasar el terreno difícil. Yo entraba tarde a la escuela e iba con mucho tiempo de anticipación. Usé eso como pretexto y decidí ayudar. De alguna manera su agradecimiento me fue indiferente. Las palabras significan nada en comparación con la mirada que me hubiera convencido de ayudar a esas personas.
Siempre que realizo algo estereotipado como “buena acción” me doy la libertad de no hacer una igual el resto del día, así que tranquilamente continué caminando. Llegué al OXXO que hoy me recuerda las veces que fuimos a comprar mi primo y hermana. De ahí, sólo crucé el boulevard y, como usualmente sucede (porque el día era común), el camión estaba ahí. Sé que espera más pasajeros, y sé que a veces no alcanzo a tomarlo; pero cuando logro subir, me gusta pensar que me espera especialmente a mí. Cuando se va imagino que no quiere exponerme a los otros pasajeros. Es divertido.
Subí al transporte de primera clase, como presumen en sus tickets. Pagué y me dirigí a mi asiento favorito. Antes de pagar ya había pasado mis ojos por todo el camión, como lo hiciera con los productos del mercado, y sabía qué asientos estaban vacíos. El mío (porque me gusta apropiarlo) es el que se encuentra en paralelo al primer timbre, en la fila izquierda, el asiento junto a la ventana. De haber estado ocupado, me hubiera sentado hasta atrás, y de estar ocupado atrás, o de ir gente con la que no quiero compartir el espacio, seguro hubiera esperado otro camión, pues iba con tiempo a la escuela. Pero iba vacío, y me senté en él.
Recuerdo que tenía una lectura, de la profesora Daniela si no me equivoco, y de ser así, aquel día sería martes. Pensé en leer pero no lo hice. Suelo iniciar a leer cuando en la primera parada del camión no se sube Cony, o Roxana en la segunda. En una plaza más adelante se sube Liliana, para entonces el camión va muy lleno y es hasta que casi bajamos que podemos sentarnos juntos. Cony y Roxana no subieron. Cony entraba temprano. Roxana no; pero no me la topé. En la plaza en que Liliana suele esperar al camión este se detuvo. Miré a quienes subían, y ahí estaba ella, y más adelante estaba la pelirroja.
La pelirroja era hermosa; aún es hermosa. Piel clara, pecas bien distribuidas alrededor de sus mejillas, ojos café claro, muy claros y muy brillantes, de tonos rojos. Saco rojo con rayas negras; o al revés; con una bufanda igual. Portaba varios libros. Una bolsa roja. Labios rosados, intensos, casi rojos; pero no agresivos, sino suaves. Manos delicadas. Pantalón de mezclilla. Su pelo estaba arreglado con una cola, normal. La chica era normal como aquel día, normalmente especial. Y a manera de defensa, debo decir que no soy tijera.
Como usualmente pasaba, el camión para entonces ya estaba lleno. No había asientos y la pelirroja le tocó estar de pie. Ningún hombre o mujer le cedió asiento, ni yo. Ella estaba un poco retirada de mí. Era hermosa, pero eso no significa que la buscaré para darle el lugar, ¡mi asiento favorito! Además, si cedía el lugar, no podría seguir mirándola desde la misma posición, con la misma discreción; ella lo habría notado. No soy tijera, lo sé.
Durante todo el camino observé a tan dichoso ser. Sobre todo su cabello, pues ella estaba de espaldas. Me perdía en cada pelo y me fijaba en el poco esfuerzo con el que a parecer la cola fue hecha hasta que por alguna razón ella giraba su cara y la miraba, y cada vez parecía más hermosa. Podría haber utilizado el concepto de bella, preciosa, linda o cualquier otro; pero hermosa me gusta, va con su cabello, con sus labios, con todo lo rojo que en ella presenciaba. En cierto momento, el pasajero sentado a mi lado notó que miraba a la muchacha. Seguro que el la estaba observando también. Quizá hasta la conocía. Quizá solo era otro observador. El punto es, que supe que nunca se es demasiado discreto, y por eso saqué las copias y leí; y leía una hoja y miraba a la pelirroja simulando ver a esa dirección pero no específicamente a ella. Y cada renglón carecía de sentido, para mí era incomprensible en aquel momento, sólo quería acabar la hoja y mirar a la chica. Tiempo después, como 20 minutos antes de llegar a la escuela, mi compañero de asiento, y con quien pienso compartía un gusto, se bajó. Liliana, que también había estado de pie, se sentó a mi lado y yo guardé las copias; las habría guardado aunque ella no se hubiera sentado. Al poco tiempo, la pelirroja también consiguió sentarse.
Colocó el bolso rojo sobre sus piernas y tomó un libro. Supe que estudiaba en la misma institución que yo, pues alcancé a ver en los libros aquel sello distintivo que ponen en la biblioteca de la universidad. El contenido de las hojas no lo alcancé a leerlo, las letras eran muy pequeñas, diferentes del libro, tipo enciclopedia, grande, con miles de hojas, letras pequeñas y algunas imágenes. Había, al parecer, elementos como de química. Pensé que talvez la chica pertenecía a medicina (eso quise pensar). Pero era posible una ingeniería (química), odontología, no sé. Cualquiera hubiera estado bien para ella. Yo la quería en medicina. Si de algo estoy seguro, es que no pertenecía a humanidades, arquitectura, contaduría o administración, pues de ser así hubiese bajado del autobús en la primer parada de la universidad. Pensé en bajar con ella, en seguir hasta su edificio e incluso mirar en qué salón iba, talvez su asiento y alguna de sus amistades; pero no lo hice. Liliana iba conmigo, y además, de haberlo hecho, me obsesionaría (porque nada de esto es obsesión, si acaso admiración, pero nada más), e iría a verla cada vez que pudiera, y la observaría, talvez, me habría enterado de su nombre. Más importante aún: al observarla, era posible descubrir que era una tonta, un ser horrible, despreciable, de actitud y pensamientos totalmente contrarios a lo que yo había imaginado.
¡Qué bien que no lo hice! ¡Porque cuando bajé del camión, la llamé Korely! Ese nombre me agradó desde que lo leí en aquel anuncio, en el local que está a lado del cementerio, y que dice, entre tanto, “Novedades y Accesorios Corely”. Por motivos obvios (para algunos), reemplacé la “c” con la “k”.

Y hasta hoy no la he encontrado de nuevo. Sólo tengo de ella su recuerdo, su nombre, y la imagen, es decir, la personalidad que yo le asigné. Cuando le imagino ella ríe, pero no habla, no sabe hablar; pero saber ser, sabe hacer, sabe dar, sabe recibir, sabe devolver y sabe quitar. Saber ser ella, sabe ser como yo la creé. Y si algún día tengo la oportunidad de conocerla, adelante. Y si no me complace, me veré obligado a deslindarla de Korely.

Korely, que hermoso nombre. Qué hermoso recuerdo. Qué hermoso.



3 comentarios:

Alikhandr@ dijo...

Vaya me encanto, cuantas veces no ha pasado que nos encontramos con alguien que nos atrae desde el primer instante y nos hacemos un estereotipo que quizas no tiene nada que ver con la realidad.

Saludos.

Blas dijo...

Cuantas desilusiones vivimos dia a dia...

Muy buena lectura, me gusta

Ghostyaya dijo...

Es un hermoso cuento... Al admirar algo por primera vez no dejamos de pensar en ella, puesto que la realidad nos dice que existe la posibilidad de no volverla a ver: un imposible, con el que nos obsesionamos por no tenerlo en nuestras manos.

:D
xD

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Edgar Hernández. Tecnología de Blogger.