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2010-07-19

· Sueños homicidas


Cuando los descubrieron culparon al asesino y querían castigarlo solamente a él, y dejar al otro libre. Sabían que era el responsable de este crimen y siete más porque a sus víctimas siempre les sacaba los ojos y les fracturaba el cráneo.
Era una persona y lucía como dos que estaban conectados por la columna. Siameses, les decían; pero no, se trataba de una persona. Lo mismo, pero distinto. Los consideraban dos porque era fácil distinguir un lado del otro. El derecho era fervoroso, hablador, muy inteligente y afable; el izquierdo parecía un muerto, no sólo su porque presencia se percibía en las nubes, además, nunca hablaba o daba señales de pensar, y de no ser porque el derecho se movía, a éste ya la hubieran bautizado como estatua.
Igual su diferencia, o semejanza (como gusten) más notoria hubiese podido observarse cada tanto tiempo, en que el derecho dormía poco a causa de pesadillas. El otro dormía bastante tranquilo, como muerto, decían… Pero era justo en esos rangos de tiempo cuando el derecho no dormía y se mostraba pálido y taciturno, que el izquierdo daba señales de vida, y se ponía hiperactivo. Igual no hablaba, pero no paraba de andar para acá y para allá, incluso en las noches de eterno insomnio.
Y si los sueños son donde las personas depositan sus deseos más oscuros, quién sabe qué soñaría el derecho para que el izquierdo cometiera tales atrocidades; únicamente cuando éste último lograba matar a alguien, el derecho dormía y volvía a su estado vívido y el otro a su esencia casi muerta.
Condenaban al izquierdo, pero el derecho se oponía. No hallaba sentido en que los tomaran por separados y distintos, o nos castigan a ambos —decía—, o a ninguno. Pero el jurado abogaba que él no había cometido el crimen; y él les decía que quizá sea cierto o quizá no, pues jamás recordaba la escena homicidio. Pero aseguraba ser el autor del hecho y el otro quien lo ejecutaba, que él soñaba y el otro realizaba el sueño, que su potencial estaba en la mente y el potencial del otro en la acción, que por eso se trataba de uno y no dos y que, al fin de cuentas, era injusto condenar a un cuerpo entero por las locuras de la mente.
Todos soñamos extrañezas —pensaba en voz alta—, pero las ignoramos u olvidamos. Sólo si nos conviene perseguimos un sueño, sólo si nos gusta creemos en ellos. Pero la realización de estos sueños homicidas, estos sueños de otro porque yo ni despierto los quiero soñar, apelaban a una necesidad: la simple necesidad de dormir y ser quien soy. Y si realizar sueños es un delito, castíguenme. Pero castiguen también los sueños, que los sueños son reales, tan reales que no dejan dormir y trastornan. Y si los hechos tienen leyes, pues también a la mente denle policías, para que cuiden a esta y otras mentes de intrusos homicidas.


Y no lo convencieron. Lo encerraron en un centro hospitalario, y cuando las pesadillas volvieron y entre las cuatro paredes a nadie encontró, el derecho quedó sin ojos y el cráneo fracturado, y el otro, pues durmió tranquilo y para siempre.


1 comentarios:

J. Andrés H. dijo...

Yeah, caballero... relato poca madre. Policías no, eso sería ser de los "buenos" que se inventen otras formas reales de combatir(existen?) lo onírico. Es la primera vez que te leo y me latíó bastante. Nos estamos leyendo... topando, mentando y compartiendo. Saludos desde Cuernavaca, Morelos.

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Edgar Hernández. Tecnología de Blogger.