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2010-02-08

· La muchachona que hedía un chingo [1ra pte.]

Hablemos de la muchachona que podía leer la mente, de cuya habilidad hay dos puntos resaltables. El primero alude a la fortuna de poseerlo y poder con él comprender la mente humana y por tanto al humano mismo. Contrariamente, el segundo punto es que, mediante el don-maldición, nuestra fémina percibe que pocos (por no decir nadie) deseaban ser comprendidos por esa que emana un insoportable hedor. Así es, no solamente lee pensares sino que los perturba con su peste.
Esta última característica es bastante común en su círculo familiar. Sus padres, trabajadores en un mercado de productos de gran calidad en materia insalubre, adquirieron la misma fetidez destazando variedad de mariscos, olor que se mezclaba con el de animales, plantas y comidas desagradables al olfato común que se vendían en dicho mercado. A diferencia de ellos, que no olieron así desde siempre sino tras años de arduo trabajo, el hedor de Heidi -que así se llamaba ella- es innato... si se puede así decir. A su suerte, nació a plenas horas de faena en el local donde sus padres trabajaban. De ello, sólo tiene presente la desde entonces inherente pestilencia, debido al cual y su gran potencia, es el único olor que ella conoce. Oler una sola esencia es como oler ninguna, lo que, en su mundo, tampoco es extraño.
Ya que su familia padece del mismo hedor y ya que es lo único que pueden oler, disponen solamente de sirvientes que, luego de participar en guerras o peleas y otros conflictos similares, carecen de sentido del olfato. Así pues, a excepción de su familia y siervos y otros adultos que en el mercado se hicieron del mismo hedor (no sus hijos concebidos en apropiadas condiciones), nadie convivía con la muchachona apestosa que lee la mente.
Gente de su condición era entonces marginada. Mercados de tal calidad y personas de esa característica eran pocos, de modo que aún no existían institutos dedicados a personas con olores especiales ni particularidad alguna. No obstante, a los 15 años de edad Heidi había entrado a 25 escuelas, de las cuales, salió de todas. Finalmente, se encomendó su educación a un notable profesor que había perdido el sentido del olfato tras engañar a su esposa y recibir un macetazo en la nariz por parte de ella como despedida que intenta y no logra agradecer los buenos momentos. Al poco tiempo, el profesor dejó de instruir a Heidi, haciendo saber a sus padres que tenían una hija todóloga, y que no había cosa alguna que él supiera y ella no. Nosotros sabemos, claro, que ella no conoció más allá de lo que leyó de la mente del tutor (incluyendo el sufrimiento de no poder siquiera oler los guantes de su amada, único presente que de ella conserva).
Aún así, Heidi anhelaba poder estudiar como los demás. Sobre la barda de la escuela cercana a su casa, observaba a los niños trabajar en clase y jugar durante el recreo. Así hasta aquella tarde que disponía subir al cercado cuando ante ella aterrizó una estudiante. Se sorprendió al ver que, contra lo acostumbrado, su olor no tuvo impacto en  la joven que cayó del cielo.
Los intentos anteriores por hacer amigos con compañeros de escuela habían fallado. Bastaban unos pocos metros de distancia para que sus amigos potenciales le rechazaran con tan sólo inhalar su presencia. Antes de iniciar plática, Heidi leía sus mentes y sabía que la conversación podía darse por terminada. Pero esta ocasión fue diferente. Cuando se encontró con aquella muchacha e intentó leerle su mente, encontró nada. Pensando en las posibles razones de ello, la chica pasó por su lado mientras ella divagaba. Al reaccionar, decidió seguirle.
Durante tres cuadras la persiguió subrepticiamente, guardando distancia. Al verla girar en una esquina, corrió para no perderla de vista, pero al llegar ahí ya no la miró. Se quedó parada junto a la panadería preguntándose hacia dónde se habría dirigido la chica que no pensó. Cansada de seguirla, se dirigió a dicho negocio a comprar algo de beber y al abrir la puerta, frente a ella, estaba la muchacha.
Se quedaron viendo unos segundos. Ahora nadie pensaba. Luego la chica preguntó:
―¿Estás siguiéndome?
―Este… ―balbuceó tímidamente.
―¿Tienes comida? ―interrumpió.
―Bueno… traigo unas galletas que...
―Seamos amigas entonces ―propuso, y caminaron hasta llegar a la playa.



Continuará…


5 comentarios:

Gat0 dijo...

ya kiero leer la segunda parte D:!!!!

Camaleona dijo...

Debe tener la pituitaria estropeada...

Un tipo dijo...

Pituitaria. Pituitaria. Pituitaria.

@Camaleona Recordaré esa palabra ;D

Rogger Avek dijo...

Buen post, amigo Kappie.

:)

Saludos, feliz verano para ti.

Justbreath dijo...

Me encanta como escribiss!! muchisisismas felicitaciones!!!

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Edgar Hernández. Tecnología de Blogger.